20080906

Olor a menta

Al llegar a la puerta que comunica el jardín con la entrada de la cocina, siempre me detengo unos pasos antes para asomarme por la ventana y así poder observar, mientras saboreo el primer cigarro de la mañana, a los compañeros que entre sonrisas y bostezos, comienzan a preparan: el café, la fruta, la mermelada de tomate, en fin, todo lo que hace falta para que los clientes del hotel afronten la mañana con un buen desayuno, pero ¿qué pasa ahí? Joe, entra gritando, parece que viene del salón. Antes de tirar el cigarro, cojo dos caladas más para asimilar lo que sea y cuando me acerco para entrar noto un empujón y caigo al suelo. Me duele mucho la cabeza, sólo consigo ver entre el vaivén de la puerta cómo aparecen y desaparecen unos zapatos verdes mezclados con otros mil zapatos negros.

―Fran, Fran, ¿se encuentra bien?
―¿Qué pasó? ¿Por qué gritaba, Joe? ¿Dónde están los zapatos verdes?
―Fran, tranquilo, ya pasó. Joe, estaba histérico, porque no teníamos el pan para el desayuno, usted estaba a punto de entran y lo empujaron. Váyase a casa. Nosotros nos encargamos de todo ―

Mientras me alejo del hotel con mi andar peculiar, no paro de pensar en esos dichosos zapatos verdes, ¿olerían a menta como la otra vez? Me pongo a temblar, estoy nervioso, decido sentarme para entrar en mis recuerdos.

«Todo empezó, cuando andaba escondiéndome de mi madre, debajo de la cama, llevaba dos horas allí metido, la linterna se quedó sin pilas y la historia de Spiderman, me aburría, la barriga me exigía que comiera algo, pero arriesgarme a salir, era enfrentarme a mil sutilezas de mamá, palabras envolventes, que todavía hoy sigue utilizando. »

Casi cuando rompo a llorar, se abre la puerta de mi habitación y entran los zapatos verdes más bonitos del mundo, brillan y se pasean por mi habitación, dejando impregnando todo con un olor a menta. Me quedé ausente por el olor, un par de horas más y al salir de mi escondite, entré en la cocina preguntando a mi madre que quién había entrado a mi habitación. Ella marcaba en su rostro una expresión burlona como diciendo, «Ahí, estabas escondido », como si no supiera dónde acabo cada vez que me enfado con ella. Todavía no me ha contestado.

Decido continuar mi camino. Es que desde los ocho años, vivo por la menta; chicles y caramelos de menta a toda hora, mi equipo de fútbol es el Real Betis. En cuando a los zapatos, me pasé años buscando una imagen de ellos, sin resultado alguno, pero sí encontré otros, que merecieron la pena ser guardados. Tengo 2.854 pares de zapatos debidamente clasificados por época. Seguí creciendo con mis pensamientos verdes. Realice dos carreras: La de Psicología y la de Restauración, especializándome en postres de menta. Saben ustedes que comencé fumando cigarrillos de menta, pues sí, no soy adicto al tabaco. En fin, así llevo treinta y dos años.

Cuando llegue a casa tomaré un tasita de menta poleo. Mañana me levantaré pronto para visitar el Mercado, seleccionaré las mejores verduras, carnes y pescados.
Después de un rato decidiendo que cajas de setas y champiñones me llevaría, empiezo a escuchar detrás de mí, a una chica cotilleando sobre una vecina que fue abandonada por su marido, giro para ver quién es, y solo veo gesto que adornan la historia, por cierto demasiado exagerados, la chica estaba rodeada por el gentío.

El cotilleo seguía, la gente ya la agobiaba, ella quedó bastante lejos de mí. De repente cae la caja de champiñones que sostenía en la mano, se dispersaban como si fuesen atacando por la policía antidisturbios.

¡Dios!, agachado estaba yo recogiendo tal desastre, cuando veo saltar unos zapatos verde, no era posible ¿sería ella? Ya no escuchaba nada, obsesionado me encontraba gateando en dirección a esos zapatos, por momentos se perdían, me empujaban, yo intentaba levantarme, no conseguía ver nada. Decidí gatear otra vez, pero de repente, desaparece la gente y por supuesto los zapatos verdes. Escuché una carcajada, levanté la cabeza, allí estaba un niño desdentado, pecoso y malcriado.
¡OH¡ era horrible y se reía de mí. Lo miré mal, bastante mal y se fue corriendo. Me levanté mirando todos los zapatos que alcanzaban mi vista, no eran verdes.

Cuando todo llegó a su lugar, incluidos los champiñones, me acerqué al puesto de Bernarda, la mujer más coqueta, ordenada y elegante del mercado. Era un encanto, de esas personas que te gusta su conversación. Ella vendía las mejores hierbas medicinales de todo el mercado. Elaboraba unos licores, que te dejaban con el pelo sentado. Cuando comenzó a experimentar, no controlaba el nivel de alcohol que añadía a sus inventos y le dieron algún problemilla que otro puesto que probaba todo lo que ingeniaba, llegaba con unas trancas. Aquel tiempo ya pasó, aunque de vez en cuando se pasaba el día entero con gafas oscuras, un tanto sospechosas.

―Qué tal, Fran, ¡que decaído te veo hoy!, ¿conoces a mi nieta, Macu ― me sonreía Bernarda presentándome a la muchacha.
―¿Eres tú la chica que estaba antes contando una historia? ― le pregunté.
―Sí, que triste es este hombre, abuela. Entre, quítese los zapatos y tómese un licor con nosotras. ¡Ánimo!. Entre ― insistían ambas.

No quería pero me agarro el brazo y me hizo quitar los zapatos ¡Qué sonrisa tan bonita tenia! El licor estaba buenísimo, los dedos de los pies se llenaron de hojitas que me hacían cosquillas. Me encontraba tan feliz, allí sentado en una caja de tomates, escuchando mil historias inventadas por abuela o por nieta, no sabría decir quién aprendió de quién, incluso me contaron un cuento, de una niña de 10 años, que pintó los zapatos de su abuela de verde purpurina y los llenó de hojitas de menta.

No me acuerdo como llegué a casa, sólo sé que mis zapatos estaban pintados de rojo y que mi habitación olía a fresas.